Nunca se debe subestimar el poder evocador de una fotografía. En cuanto la haces y decides guardarla, cada vez que la veas te verás transportada a un momento, a un lugar, a un olor, a una conversación, a una sensación. Incluso a un estado de ánimo. Nadie más será capaz de ver aquello que tú ves, nadie se emocionará hasta las lágrimas con una escena inocente, a nadie más se le pondrá un nudo en el estómago aparentemente sin ningún motivo. A veces, incluso llegarás a desear no haberla hecho, como si la cámara hubiera sido testigo de algo personal y privado, y la imagen fuese el recordatorio de que tú no querías estar en ese momento y en ese lugar.
Esta semana, en mi cuaderno de campo, una mañana de estudio y musarañas en mi salón, el otoño, un rebaño de ovejas fugitivas, una breve parada en ruta, una empanada de zamburiñas en familia y el feliz momento de la vuelta a casa.