Qué sensación tan lejana y extraña la de estar ante una manada y hacer fotografías con la duda de si se verán o no, intentar capturar cada nueva pose sin saber si la siguiente será mejor, contar cada foto que queda en el carrete, querer acabarlo pronto y al mismo tiempo demorar el final. Y sobre todo, qué impaciencia, qué cosquilleo al abrir el correo y ver que tus fotos han llegado, la emoción de ver la química convertida en pixeles. Nuevos tiempos, nuevas técnicas, nuevas viejas maneras de ver el mundo.