Vivimos en Dove River, al norte de Georgian Bay. Mi marido y yo emigramos de las Highlands escocesas hace una docena de años, huyendo de la miseria como tantos otros. Un millón y medio de personas llegamos a Norteamérica en un período de pocos años, pero, a pesar del número, a pesar de viajar hacinados en la bodega del barco de tal manera que te parecía que en el Nuevo Mundo no podía haber sitio para tanta gente, en los puertos de arribada de Halifax y Montreal nos dispersábamos como los brazos de un gran río y desaparecíamos en los bosques. Esta tierra nos engullía con un hambre insaciable. Ganábamos tierras al bosque y dábamos a nuestros lugares los nombres de las cosas que veíamos… o nombres de nuestras viejas ciudades, recuerdos sentimentales de sitios que no había tenido sentimientos para nosotros. Esto demuestra que, quieras o no, no puedes dejar atrás ciertas cosas.
La ternura de los lobos, de Stef Penney